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Día del libro 2024 📚 Las grandes mujeres en la literatura

Día del libro 2024 📚 Las grandes mujeres en la literatura

Cuando Virginia Woolf dictó en 1928 su conferencia en Girton College  sobre las mujeres y la escritura - que más tarde se publicaría con el nombre de Una Habitación Propia - se lamentó por la falta de representación de personajes femeninos fidedignos en la historia de la literatura. Al ser el género masculino el que tenía acceso a la escritura y publicación, aquel sesgo empañaba la óptica con la que se escribían a las mujeres en la historias, siempre vistas por alguien más y no por sí mismas. 

 “Es raro pensar que las grandes mujeres de las novelas fueron, hasta los días de Jane Austen, no sólo vistas por el otro sexo, sino vistas exclusivamente en relación con el otro sexo. Y qué pequeña parte de la vida de una mujer es esa, y qué poco puede entender un hombre cuando él la observa a través de los anteojos negros o rosados que el sexo le coloca sobre su nariz”. 

Pero, entre las escritoras que se vieron obligadas a seguir y repetir un modelo preestablecido que no las representaba, Virginia Woolf encontró dos excepciones: 

“Sólo Jane Austen y Emily Bronté lo hicieron. Este es el otro mérito, quizás el mejor de los que tienen. Ellas escribían como escriben las mujeres, no como lo hacen los hombres. De las miles de mujeres que escribían novelas entonces, sólo ellas dos ignoraron las admoniciones del eterno pedagogo: escribe esto, piensa aquello. Sólo ellas fueron sordas a esa persistente voz, ahora rezongona, ya protectora, ya tiránica, ya herida, ya escandalizada, ya paternal, ya enfurecida, esa voz que no puede dejar a las mujeres solas, que debe estar tras ellas, como un gobierno demasiado escrupuloso (…) Jane Austen lo miró (el instrumento usado por la literatura masculina) y se rió de él, e ideó una construcción perfectamente moldeada para su propio uso, y no se apartó jamás de él” 

Nacida el 16 de diciembre de 1775 en Hampshire, Inglaterra, Jane Austen fue una novelista británica de la época georgiana, fecha en la que predomina la  prosa augusta, destacando el ensayo, la sátira y el desarrollo de la novela. Siendo la séptima hija de una familia de burgueses rurales, Jane vivió desde niña las exigencias y preceptos de una clase social dominada por el afán de aparentar y cuidar su imagen. Y quizás por eso sus protagonistas se encontraban continuamente en la misma situación que ella; jóvenes y soñadoras pero a la vez enfrentadas al irremediable destino del matrimonio y las expectativas de sus familias.  

Y en lugar de criticar, en lugar de apuntar con el dedo o soltar un manifiesto, Jane Austen se enfrentó a las normas sociales de una forma nueva y diferente; representándolas con tanta naturalidad que a primera vista no se distinguía su elegante tono de burla. Disfrazada en lo que parece ser la novela amorosa - esas historias de amor consideradas en la época como algo menor - Jane Austen presenta sutilmente en su obra una radiografía y crítica a  la sociedad de la época, paseando por diferentes personajes y situaciones. También la autora parodió otros géneros, como el caso de la novela gótica - muy popular en la época - de la cual se burló con La Abadía de Northanger. 

Orgullo y prejuicio, publicado en 1813, comienza inmediatamente denotando el tono agudo e irónico de la autora, escondiendo el juicio que  ella está realizando como un subtexto:  “Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa"

Así, Jane Austen dejaba en evidencia las normas sociales que le parecían ridículas con un discurso doble, parodiando sin hacerlo evidente. Aprovechando este mecanismo, Austen también abogó por los derechos de la mujer, dando cuenta de lo risible de ciertas reglas y expectativas: 

“Casarse había sido siempre su objetivo; era la única forma respetable de que una mujer educada y de escasa fortuna se asegurara el porvenir y, aunque no garantizara su felicidad, era el mejor modo de no pasar privaciones”. 

También, en un tono burlón, Elizabeth Bennet, la protagonista de Orgullo y Prejuicio, reflexiona sobre los estándares que se les imponía a las mujeres de la época, dando cuenta de lo imposible que eran para alcanzar y de cómo aquello las limitaba. 

“No me sorprende ahora que conozca sólo a seis mujeres perfectas. Lo que me extraña es que conozca a alguna”. 

La aparente estructura romántica de sus novelas y sus comunes finales felices en que la protagonista encontraba el amor, permitían que las críticas sociales que Jane Austen realizaba fueran indetectables para el lector despistado. Así, la autora encontraba la libertad para decir lo que quería a pesar de las reglas y modelos predominantes de la época  creando un espacio discursivo propio. Quizás aquel lugar metafísico que elaboraba con sus palabras - ese mismo que Virginia Woolf después le aplaudiría - era su cuarto propio. 

                                                                 

                                                                      ***


Justamente un año después de la muerte de Jane Austen, el 30 de julio de 1818 nace en Haworth, Inglaterra, la otra escritora que para Virginia Woolf sería una excepción, Emily Jane  Bronte. 

Siendo la quinta de seis hermanos, luego de cursar  estudios en internados y haber ejercido ella misma como institutriz durante un breve período, Emily pasó sus últimos años dedicada a la casa familiar y a las labores del hogar. Junto a sus hermanas Charlotte y Anne - quienes también se volverían célebres autoras - se recluyeron en fantasías e historias que inventaban en modo de reponerse de la prematura muerte de su madre y otras dos hermanas.  Se dice que Emily pasó a ser una  persona más bien recluida que no salió de su casa durante gran parte de su vida. Así, encerradas entre cuatro paredes, las hermanas dieron rienda suelta a su imaginación, creando mundos y poesías, sin la presión ni expectativas de nadie. Entre lavar la ropa y cocinar, las hermanas Bronte se permitían soñar de una forma que, fuera de su casa, no siempre se les permitía a las mujeres. Quizás ahí recae aquella libertad que Virginia Woolf rescata en la prosa de Emily Bronte, aquel ímpetu más allá de las reglas y discursos predominantes de la época.
Empero, ese cuarto propio se vio corrompido cuando las hermanas intentaron salir de ahí por primera vez. En 1846, Emily, Charlotte y Anne publican en conjunto un libro de poesías, el cual tuvo pésima acogida y logró vender tan solo dos copias. 

Aun así, Emily no se dejó desmotivar  y continuó trabajando en su proyecto de largo aliento, la novela Cumbres Borrascosas. Finalmente, en 1847 su ópera prima es publicada. Pero nuevamente la recepción no fue la esperada, ya que su estilo resultó ser  muy novedoso para los críticos y lectores de la época, los cuales tuvieron apreciaciones negativas. El mundo todavía no estaba preparado para Emily Bronte. Parecía que nadie estaba listo todavía para que una mujer construyera una voz propia. 

Un año después de la fracasada publicación de Cumbres Borrascosas, Emily Bronte murió de tuberculosis a la edad de cuarenta años, yéndose del mundo pensando que su novela había sido un fracaso y sin saber que su obra se convertiría después en una de las más valoradas e importantes de la literatura inglesa. 

Mediante la tormentosa historia de Cumbres Borrascosas, Emily Bronte logró desnudar los aspectos más siniestros y oscuros de la naturaleza humana, construyendo así un profundo análisis psicológico de sus protagonistas al mismo tiempo que representaba la pequeñez y desolación de los individuos en un mundo cruel e insensible, aquello siendo representada por la descontrolable y destemplada naturaleza. Ambos protagonistas, Catherine y Heathcliff, eran personas dolidas y traumadas, con sentimientos contradictorios y afanes de hacerle daño al resto. Aquellas contradicciones interiores no fueron comprendidas por los lectores de la época, los cuales tildaron a los personajes como amorales y aversivos. Al mismo tiempo, Catherine significó una innovación para la representación femenina, ya que no se basaba en los modelos preestablecidos de personajes femeninos. Difícil de clasificar y ni villana ni santa,  Catherine tenía una naturaleza ambigua e indescifrable, mostrando así las complejidades interiores en las que una mujer podía existir. 


Muchas personas se han preguntado cómo una mujer que jamás salió de su casa ni tuvo relaciones amorosas  logró escribir una obra tan monumental sobre la vida y el deseo. Pero quizás no es necesario vivir para poder escribir así, sino más bien - tal como Virginia Woolf postulaba - encontrar un lugar propio y escuchar, del mismo modo que Emily hizo. 

Encerrada en su pequeño espacio, en la intimidad de su hogar, Emily se había adelantado al tiempo sin nunca enterarse de que lo hizo. 



                                                                 ***


Muchos años antes de que Virginia Woolf les hablara  a las alumnas del Girton College sobre el cuarto propio y que Jane Austen y Emily Bronte escribieran sus grandes obras,  en 1651  nacía en México Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz. Sor Juana fue una poetisa mexicana, una de las más reconocidas exponentes del siglo de oro de la literatura en español.

Nacida en una familia de criollos, tuvo sus primeros acercamientos con la literatura en la biblioteca de su abuelo, donde pudo leer a los clásicos griegos y latinos y descubrir su vocación por las letras. Ella misma escribió que a los tres años ya sabía leer y que dedicó gran parte de su infancia a estudiar. Es más, incluso intentó convencer a su madre de que la enviaran a la universidad vestida de hombre. Pero el sistema colonial en el que Sor Juana había nacido no permitía a las mujeres civiles estudiar ni mucho menos asistir a la universidad, ya que debían casarse y ser dueñas de hogar.

Reacia a la opción de contraer matrimonio y empeñada en continuar estudiando, Sor Juana entra en 1665 a la orden religiosa, ya que las monjas, a diferencia de las mujeres civiles, tenían acceso al estudio y a la vida intelectual. La vida en un convento no solo les daba a las mujeres acceso al estudio, sino que también a la vida política, ya que la Iglesia tenía importante rol en la sociedad colonial. En un principio, Sor Juana entró a la orden de las Carmelitas Descalzas, pero no pudo adaptarse a la rigidez y disciplina de ahí, así que finalmente optó por el convento de San Jerónimo, lugar donde sirvió hasta su muerte.

Durante su vida como monja, Sor Juana publicó una vasta e importante producción literaria; sonetos, redondillas, romances, entre otras. Una de sus redondillas más famosas es una recriminación a la injustos y cínicos que son los juicios de los hombres hacia las mujeres:

“hombres necios que acusáis

a las mujeres sin razón

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis

si con ansias sin igual

Solicitáis su desdén

 ¿Por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal? (17)

Aun así, cuesta imaginar que Sor Juana haya podido encontrar realmente un espacio libre y autónomo dentro de un convento. El cuarto propio no estaba tan al alcance.  Juana no podía actuar completamente a su voluntad, ya que vivía al servicio de los altos mandos de la Iglesia, al igual que el resto de las monjas. Aquello queda muy claro en las disputas de los años 1691 y 1692, en las que a Sor Juana se le prohíbe el estudio como penitencia por sus descuidos a las labores religiosas y es relegada a los trabajos de la cocina. En cierto sentido, su vocación religiosa se vio empañada por su vocación intelectual y literaria, ella misma había admitido entrar a la orden religiosa por motivos personales. Mientras permanece en el convento, Sor Juana se vuelve una figura central en la cultura mexicana y escribe importantes versos y sonetos, lo que despertó sospecha en los otros miembros de la Iglesia, ya que daba la impresión de estar más entregada a la creación literaria que a sus quehaceres religiosos. Aquella percepción se agravia luego de la polémica carta Atenagórica. Sor Juana escribió la ya mencionada carta en noviembre de 1690, criticando el sermón de Antonio Vieria sobre las finezas de Cristo. En ésta, la poeta plantea que la fe en parte es una creencia personal y, por lo mismo, puede tener diferentes interpretaciones y manifestaciones. Su carta fue mal recibida y su compromiso con las labores religiosas fueron cuestionados.

Debido a esto, Sor Juana escribe en marzo de 1691 la carta Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, una defensa a los estudios cuyos usos de la retórica y técnicas discursivas nos recuerdan a aquello que Virginia Woolf alentaba a las escritoras a hacer. Es decir, a crear un discurso propio e independiente de la hegemonía. La carta comienza con Sor Juana excusándose en su tardanza en responder, justificándose de no encontrarse digna para su interlocutora:

“Muy ilustre señora, mi señora: no mi voluntad, mi poca salud y mi justo temor han suspendido tantos días mi respuesta. ¿Qué mucho si, al primer paso, encontraba para tropezar mi torpe pluma dos imposibles? El primero (y para mí el más riguroso) es saber responder a vuestra doctísima, discretísima, santísima y amorosísima carta.” 

En su carta, Sor Juana evidentemente recurre al tópico de la falsa modestia. La falsa modestia era un recurso de origen judicial y usado principalmente en cuestiones de índole diplomáticas, es decir, tópico creado y usado por los hombres. Sor Juana se apropia de un discurso predominantemente patriarcal y lo utiliza para sus fines, tal como Virginia Woolf decía que Jane Austen hacía. “¿Cómo me atrevería yo a tomarlo con mis indignas manos, repugnándolo el sexo, la edad, y sobre todo, las costumbres? Y así confieso que muchas veces este temor me ha quitado la pluma de las manos…” 

De esta manera, podemos ver que Sor Juana utiliza el lenguaje del enemigo como táctica contra este mismo. Manipula las razones por las que quiere estudiar para así lograr convencer a su interlocutor. Debajo de lo que su discurso denota, hay otro mensaje oculto.

Pero cuando más Sor Juana da cuenta de su capacidad de dar vuelta las significaciones y valores en su conveniencia, es en el momento que se refiere a su desempeño en las labores de la cocina. Aislada de los estudios y obligada a trabajar cocinando y lavando, Sor Juana no se queda de brazos cruzados y utiliza aquel lugar como un espacio de estudio y reflexión intelectual:

“Pues ¿que os pudiera contar, señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Ver que un huevo se une y fríe en la manteca o el aceite y, por el contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria; ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos, que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí y junto no.

El castigo en forma de encargarse de los deberes y de ocuparse de la cocina es transformado  por Sor Juana en una actividad científica y de aprendizaje, incluso de índole filosófica. 

“Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”

Mediante una actividad mecánica y repetitiva en la que no se necesita mucho esfuerzo intelectual – como es lavar, cocinar, cortar – Sor Juana deja volar su imaginación y mente. De la misma manera que Aristóteles y los peripatéticos, un círculo filosófico de la Antigua Grecia, se entregarán a la actividad de caminar para así reflexionar y filosofar, Sor Juana lo hacía en su cocina. Había encontrado su propia manera de hacer filosofía.

Así es como, mediante el lenguaje, Sor Juana revierte el significado de la cocina, y del castigo en sí, haciéndole frente a la idiosincrasia propia de la época. Redunda el concepto conocido de la cocina y lo convierte en un espacio individual. 

En la cocina, Sor Juana es la dueña de su estudio y aprendizaje, nadie la guía ni la limita. Lo que está estudiando y pensando no es impuesto por nadie. Sor Juana, tantos años antes que alguien pusiera todo esto en palabras, había encontrado su cuarto propio.

Pero, si de defender al sexo femenino se trata, de velar por el acceso a la educación y al desarrollo intelectual de las mujeres, hubo una pionera. Mucho antes de Sor Juana y Virginia Woolf, hubo una mujer que le hizo frente a su época.


                                                                      * * *


En el año 1364, nacía en Venecia Christine de Pizan, quien sería más tarde considerada como la primera feminista de la historia, ya que sus tratados y defensas del sexo femenino marcaron un precedente y son una influencia en los estudios de género hasta el día de hoy. Christine de Pizan fue una filósofa, poeta humanista y la primera escritora profesional de la historia, ya que, antes de ella, ninguna mujer había sido pagada por su creación literaria. Hija de Tomas de Pizan, un astrólogo, alquimista y físico que llegó a ser canciller en la corte del rey Carlos V de Francia, tuvo una gran educación y vida intelectual desde pequeña gracias a los accesos a los archivos del palacio. Así, desde temprana edad, leyó clásicos humanistas renacentistas y comenzó a desarrollar su vocación literaria. A los quince años se casó con Étiene du Castel, otro cortesano del rey Carlos V. Pero, luego de diez  años de matrimonio, Christine queda repentinamente viuda con tres hijos.. De esta manera, Christine quedó sola y a cargo del cuidado de sus hijos, su madre y una sobrina. Fue entonces cuando decidió ganar dinero escribiendo para así mantener a su familia. Escribió poemas, canciones y baladas que fueron de gran gusto para nobles y miembros de la realeza, quienes le pagaban por sus composiciones y declamaciones. En sus versos hay un fuerte componente autobiográfico, ya que sus poemas reflejaban sus inquietudes personales y emocionales, sus dolores y penas amorosos, su vida de viuda.

En el año 1399 comienza la que podríamos considerar su producción literaria feminista, o proto feminista, ya que asentaría las bases del feminismo que conocemos hoy. Es en este momento en el que empieza a desarrollar un discurso que aboga por la defensa de los derechos del género femenino. Simone de Beauvoir dice en El Segundo Sexo que la escritura de Christine de Pizan es “la primera vez que vemos a una mujer tomar su pluma en defensa de su sexo”.  Efectivamente, Christine combatió las difamaciones de su género. Criticó públicamente la manera en que la mujer es retratada en Roman de la Rose de Jean Meug y Guillaume de Lorris, un popular poema medieval que se planteaba a sí mismo como una suerte de manifiesto sobre “el arte de amar”. De Pizan condenó las alegorías que los autores hacían alrededor de la figura de la mujer- comparándola con una frágil rosa que era cogida por las manos masculinas - ya que, desde el punto de vista de Christine, aquello atentaba contra su integridad y daba una idea equivocada del género femenino.

Sus comentarios y reflexiones en torno a Roman de la Rose fueron duramente criticados y censurados, y De Pizan fue acusada de profanar una de las obras literarias más importantes de la tradición francesa. Aun así, Christine no se dejó callar.

En 1405 publicó su autobiografía La Visión de Christine, en la cual se defendía de los detractores que arremetían en contra de ella por sus ideas. Pero fue en ese mismo año cuando Christine de Pizan publicó lo que sería su tratado en prosa más importante, La Ciudad de las Damas. Nuevamente una respuesta a Roman de la Rose, La Ciudad de las Damas es una obra en prosa en la que Christine de Pizan propone la creación alegórica de una ciudad destinada solamente a las mujeres ilustres y honradas. 

La obra comienza con Christine de Pizan leyendo en su estudio. Cuenta que, luego de merendar con su familia, se ha encerrado ahí para poder estudiar. Es entonces que comienza con la lectura del Libro de las Lamentaciones de Mateolo el que trataba en parte sobre matrimonios en que las mujeres le hacían la vida miserable a los hombres. Impresionada por lo que lee, dice sentir repulsión y vergüenza de su género. Piensa que es lamentable el tener que estar vinculada con todas aquellas trágicas características que son las femeninas. Pero entonces, en su estudio aparecen tres damas, que representan tres virtudes- Razón, Derechura y Rectitud – para  disuadirla de dichos pensamientos y contarle sobre importantes y valiosas mujeres a lo largo de la historia. Las tres damas le dicen que construirán una ciudad solamente para mujeres ilustres y ejemplares. Razón la ayudará a quitar los juicios negativos hacia las mujeres. Derechura se encargará de la construcción de los muros y bellos edificios. Finalmente, Rectitud poblará la ciudad con mujeres dignas e ilustres. La mencionada ciudad tendrá todas las virtudes femeninas, aquello será su fuerte.

La Ciudad de las Damas comienza con la siguiente imagen: “«Sentada un día en mi cuarto estudio, rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre”. Con este retrato de la escritora, atrincherada detrás de los libros, empieza La Ciudad de las Damas.

Podríamos considerar que Christine de Pizan se adelantó a los preceptos de Virginia Woolf, ya que ganaba dinero y tenía un espacio individual para escribir. Había encontrado su cuarto propio. Al igual que Woolf,  también  estaba consciente de su condición de privilegio, ya que la mayoría de las mujeres no tenían las facilidades para optar por una carrera literaria como ella. La Ciudad de las Damas, mediante la alegoría de la construcción de una ciudad para las mujeres ilustres, al igual que Un Cuarto Propio y las cartas de Sor Juana, es un llamado a la inclusión y acceso para el género femenino al estudio y vida intelectual. Es un llamado a un espacio digno para que las mujeres puedan desarrollarse intelectualmente.

“Si fuera costumbre mandar a las niñas a las escuelas e hiciéranles luego aprender las ciencias, cual se hace con los niños, ellas aprenderían a la perfección y entenderían las sutilezas de todas las artes y ciencias por igual que ellos, pues aunque en tanto que como mujeres tienen un cuerpo más delicado que los hombres, más débil y menos hábil para hacer algunas cosas, tanto más agudo y libre tienen el entendimiento cuando lo aplican. Ha llegado el momento de que las severas leyes de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y otras disciplinas. Me parece que aquellas de nosotras que puedan valerse de esta libertad, codiciada durante tanto tiempo, deben estudiar para demostrarles a los hombres lo equivocados que estaban al privarnos de este honor y beneficio. Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos. Estas joyas son nuestras porque las usamos, pero el honor de la educación es completamente nuestro”. 

En La Ciudad de las Damas se encuentran muchas alusiones a obras literarias anteriores. El mismo título parece ser una evocación a la obra De Civitae Dei de San Agustín. También hay varias referencias a pasajes bíblicos y a otros autores medievales, como Boccacio. La misma obra es una suerte de pastiche de diferentes historias y personajes femeninos. En ésta nos encontramos a Safo, Minerva, Juana Borbón, Medea, María Magdalena, Cleida, entre otras.

Christine de Pizan no se hace la desentendida con su época. Es más, la abraza, se envuelve en ésta y la utiliza como marco para crear algo nuevo, quizás no en su forma, pero si en su contenido. Encarna las ideas y voluntades de Virginia Woolf y Sor Juana. Mediante técnicas y estilos comunes a su época, De Pizan públicamente hace algo que nadie antes había hecho: defender a su género de las infamias.

Resulta interesante que, en su defensa del género femenino, Christine de Pizan haya mencionado a la poeta griega Safo.


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Safo de Mitilene, o también conocida como Safo de Lesbos, fue una poeta lírica griega.

Nacida en la isla de Lesbos alrededor del año c.a 650-610, formaba parte de una comunidad llamada thiasos que se dedicaba a preparar a las mujeres para sus matrimonios. Posteriormente, es parte de “la casa de las servidoras de las musas”, en donde enseña a discípulas más jóvenes a componer poesía, cantar y hacer trenzas y coronas de flores. Se dedicaban a honrar y cantarle a Afrodita, la diosa de la belleza y el amor.

En la isla de Lesbos, con nadie más que sus discípulas y el mar, el mundo Safo parecía estar embriagado por lo femenino. Esta imagen podría diferir a la idea que tenemos sobre el tratamiento de la mujer a lo largo de la historia y al valor que se le daba a lo relacionado con ellas.

Pero en la isla de Safo, las virtudes femeninas predominaban y eran exaltadas.  En Lesbos las mujeres tenían acceso a la vida cultural e intelectual. Safo vivía inmersa en una comunidad femenina, en donde las mujeres se podían sentir libres para expresarse y crear a sus anchas, alejadas de la cultura que valoraba lo masculino ante todo lo demás.  Tal vez, si establecemos relaciones, Virginia Woolf podría considerar a la isla de Lesbos como un cuarto propio para Safo de Mitilene. 

Lo anterior parece manifestarse en el contenido y forma de la poesía de Safo.  Mientras que en la antigua Grecia preponderaron los relatos y poemas épicos, cantos sobre acciones trascendentales en la historia que ensalzaban la figura de un héroe arquetípico, nobles guerreros y sacerdotes, resaltando virtudes masculinas y viriles que debían servir de ejemplo para el pueblo griego, Safo estaba haciendo algo completamente distinto. 

Escrita en el dialecto eólico de Lesbos, la poesía de Safo es casi completamente autobiográfica y pensada para ser cantada en grupos de mujeres al honrar a la diosa Afrodita. Aquello se contrastaba con la poesía épica, la cual era la más popular en dicho período en  la Antigua Grecia. Obras como La Odisea o Ilíada de Homero formaban parte de una tradición que narraba grandes hazañas y momentos históricos. Se ensalzaba la figura del héroe y se le ponía como ejemplo a seguir para el resto de la población. Alababan el areté, aquella característica de los nobles griegos, la perfección física y moral que debía servir de modelo de educación para los lectores y oyentes.

Pero Safo no hacía eso. Safo no hablaba sobre grandes guerras o eventos trascendentales. Safo hablaba de lo íntimo, de lo sentimental. Por lo mismo, es considerada dentro del canon de nueve poetas líricos, lista creada por los alumnos helenísticos de Alejandría y que incluye a Alceo, Anacreonte, Píndaro, entre otros. Además, Platón la catalogó como la séptima musa.

La poesía lírica se centra en el yo, en la manifestación y reflexiones sobre sus sentimientos. En Grecia, usualmente las poesías líricas eran cantadas acompañadas por la lira u otro instrumento de cuerda. La voluntad de expresar su interioridad la podemos ver en el siguiente verso, el cual podríamos considerar una suerte de arte poética, ya que Safo está señalando lo que ella considera valioso para cantarle.

“Dicen unos que una tropa de jinetes; otros que una de soldados

y otros aun, que una flota de naves

es lo más bello que hay sobre la tierra negra.

Yo digo que es lo se ama” 

Safo se apropia de los cantos y la escritura – predominantemente masculinos – y los da vuelta para crear un nuevo discurso. Más allá de la libertad que tiene en la isla de Lesbos, ella crea, discursivamente, un espacio metafísico donde puede expresarse con franqueza y a su voluntad.

Safo también  cantaba abiertamente sobre las relaciones sentimentales que mantenía con sus discípulas, convirtiéndose en un símbolo del amor entre mujeres. En sus versos se puede ver la pasión y lo erótico de dichas relaciones.

“ y cuando ríes seductora. Entonces

el corazón me tiembla dentro del pecho

pues, en cuanto te miro no me sale

ni un hilo de voz,

la lengua se me traba y un sutil

fuego me recorre por debajo de la piel

mis ojos no ven nada y los oídos

me retumban,

el sudor se me vierte por encima, se adueña

de mí el espanto, estoy más pálida

que la hierba y me parece

que voy a morirme” 

La poesía de Safo se construye a partir de lo emocional y sensorial. Expone sin tapujos lo que es el amor entre mujeres, los deseos, la atracción. Al hacerlo, encuentra una voz propia. Toca sobre mujeres, inquietudes y sensaciones. Habla, por ejemplo, de la virginidad, algo tan íntimo – y nimio para los poemas que tratan sobre lo grande y épico – pero que en voz de Safo es convertido en un interés poético. Uno que nadie antes de ella había tocado.

“(Novia) Virginidad, virginidad, ¿a dónde vas que me

(abandonas?

(Virginidad) No volveré jamás, no volveré jamás” (47)


Quizás, lo que Virginia Woolf, Sor Juana y Christine de Pizan estaban buscando, siempre estuvo ahí, un poco más atrás de ellas. Quizás la tradición que se forjó se interpuso y no les permitió ver del todo. Quizás lo que las une es un instinto, aquella pulsión creadora que les hizo buscar lugares y formas para escribir. Todas buscaban un cuarto propio.


                                                                    ***


Virginia Woolf, Jane Austen, Emily Bronte, Sor Juana Inés de la Cruz, Christine de Pizan y Safo, todas ellas, a su manera, pensaron y formularon una tradición de escritura femenina que está presente hasta el día de hoy. Abrieron un camino, encontraron la manera de crear una voz propia y alentar al resto de las mujeres a hacer lo mismo.

Ya fuera llamando al acceso de las mujeres a la vida intelectual, abriendo alternativas dentro de la misma literatura, reivindicando los temas femeninos, pusieron los cimientos de lo que sería un largo camino.

Y, hasta el día de hoy, en la literatura escrita por mujeres podemos encontrar reminiscencias de sus ideas y propuestas.

Lo doméstico como lo propio, lo doméstico como espacio de reivindicación y apropiación. Lo doméstica para hacerle frente a un sistema que ha relegado lo femenino como algo menor. 

Autoras como Alice Munro, Elena Ferrante, Alia Trabucco, Elizabeth Strout, Natalia Ginzburg, Clarice Lispector, María Paz Rodriguez, Marcela Serrano, Rosario Castellanos, entre otras, lo han hecho y continúan haciendo. 

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