La habitación propia de Virginia Woolf

La habitación propia de Virginia Woolf

Casi un siglo atrás, Virginia Woolf resumió años del problema de la mujer y la escritura en su ensayo Un Cuarto Propio. Escritora británica, nacida en Londres en 1882, fue una importante participante  del círculo artístico de Bloomsbury - grupo de intelectuales ingleses que se oponía a la moral burguesa y al realismo en el arte – y una de las mayores exponentes del modernismo inglés, movimiento de vanguardia de principio del siglo XX, cuyas propuestas y técnicas abarcaban el monólogo interior y un intenso análisis psicológico de los personajes. Entre sus obras narrativas que ejemplifican los postulados de dicha corriente podemos encontrar La Señora Dalloway  (1925) y Las Olas (1921) 

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En 1928, en frente de las alumnas del en Girton College- una universidad femenina de Cambridge - Virginia Woolf dictó la conferencia que después se conocería como el ensayo Un Cuarto Propio. Sintetizó la principal hipótesis de su argumento con la ahora famosa frase: “Para escribir novelas, es necesario que una mujer cuente con dinero y con un cuarto propio.” 

Desde entonces, mucho se ha dicho y escrito sobre los llamados cuartos propios. Y también se han abierto muchos debates, los cuales intentan discernir qué quería decir concretamente Virginia Woolf. Su afirmación se puede tomar en un sentido literal, ya que efectivamente una autora necesita independencia económica y un espacio para escribir. Pero, ¿qué ocurre desde el plano discursivo de la escritura? ¿Dónde se encuentra el cuarto propio ahí?  

En su conferencia, Virginia Woolf dejó claro que el género femenino se ha visto postergado en la producción literaria durante casi toda la historia.  La mujer siempre se ha visto a sí misma viviendo en un sistema que ha puesto la voluntad del hombre como centro y que la ha oprimido. En un contexto así  la libertad para la creación es muy limitada. Entonces, quizás,  un cuarto propio no hace alusión solamente a un espacio físico, sino que también a un lugar libre de la hegemonía imperante, es decir, la patriarcal.  La literatura forjó su tradición desde una óptica masculina, ya que los hombres eran los que podían producir y construir modelos, estilos, discursos. Woolf escribe lo siguiente sobre el menosprecio cultural hacia aquello considerado como femenino: 

“Pero es obvio que los valores de las mujeres muy a menudo difieren de valores establecidos del otro sexo, naturalmente eso es así. Con todo, son los valores masculinos los que prevalecen. Hablando crudamente, el fútbol y los deportes son “importantes”, el culto a la moda, la compra de traje, “triviales”. Y estos valores son inevitablemente transferidos a la vida de la ficción. Este es un libro importante, asume el crítico, porque trata de la guerra, este es un libro insignificante, porque trata de los sentimientos de las mujeres en un salón.” 

Virginia Woolf planteaba que las mujeres no podían verse reflejadas en la literatura, y que por ende, si querían escribir, se veían forzadas a reproducir un modelo que no las consideró al momento de crearse. Woolf la explica de la siguiente forma:

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“Es raro pensar que las grandes mujeres de las novelas fueron, hasta los días de Jane Austen, no sólo vistas por el otro sexo, sino vistas exclusivamente en relación con el otro sexo. Y qué pequeña parte de la vida de una mujer es esa, y qué poco puede entender un hombre cuando él la observa a través de los anteojos negros o rosados que el sexo le coloca sobre su nariz” 

Woolf pensaba que la escritura estaba  limitada por la experiencia, por lo que la realidad de las mujeres no se podían  transmitir mediante la pluma masculina, ya que hay mucho que ésta no logra alcanzar a conocer y entender. De esta forma, el canon literario no les había brindado a las mujeres un lugar en el que se les permita desplegarse. Las mujeres no necesariamente se pueden reconocer en la tradición, en los grandes libros. No hay nada que las respalda, solo tienen el modelo de los hombres como ejemplo. Entonces, las mujeres que querían escribir, se veían condenadas a replicar esta tradición que no las representaba.

“Es (la mayor dificultad para las mujeres a la hora de ponerse a escribir) la falta de tradición tras ella, o una tan escasa que es de poca ayuda. Porque si somos mujeres pensamos a través de nuestras madres. Es inútil pedir ayuda a los grandes escritores, por mucho que uno acuda a ellos por placer. Lamb, Browne, Thackeray, Newman, Sterne, Dickens, De Quincey - quienquiera que sea – no han ayudado nunca a una mujer, aunque ella pueda aprender nuevos trucos de ellos y adaptarlos a su uso. El peso, el andar, el tranco del espíritu del hombre son demasiado diferente como para que ella pudiera copiarles algo sustancial” ( Woolf, 74)

Para ejemplificar esto, la autora hace uso de Mary Carmichel, una ficticia escritora. Woolf narra que tomó la novela  Life´s Adventures de la ya mencionada autora y que se vio decepcionada por su calidad hasta que de pronto, en un pasaje, sospechó una revelación al respecto de los dos personajes femeninos, Chloe y Olivia. Una revelación que no solamente cambiaría la historia que estaba leyendo, sino también el curso de la tradición literaria como tal: 

“Entonces, les puedo decir que las palabras que leí eran éstas: - “A Chloe le gusta Olivia…” No se asusten. No se abochornen. Admitamos que en la privacidad de nuestra sociedad esas cosas a veces ocurren. A veces a las mujeres les gustan las mujeres. “A Chloe le gusta Olivia” leí. Y me percaté del gran cambio que se efectuaba. A Chloe le gusta Olivia, quizás por primera vez en la literatura. A Cleopatra no le gustaba Octavia. ¡Y qué radicalmente se hubiese alterado Antony and Cleopatra si eso hubiera ocurrido! … El único sentimiento de Cleopatra hacia Octavia es el de los celos… Pero cuan interesante podía haber sido si las relaciones entre las dos mujeres hubiesen sido más complejas. Todas estas relaciones entre mujeres, pensé, recorriendo rápidamente la espléndida galería de mujeres ficticias, son demasiado simples. Se ha dejado tanto sin considerar.” (Woolf 79)

Así, Woolf intentaba graficar como  lo instintivo y sexual, lo que corresponde a lo más íntimo y personal del mundo de las mujeres – como lo es el amor lésbico – no tiene mayor cabida en la literatura escrita por hombres y, por ende, no se podía encontrar en el canon. La complejidad y dimensiones profundas de las mujeres en gran medida no aparecen en la tradición literaria.

Mary Carmichel rasguña la posibilidad de expresar dicha experiencia y subjetividad, pero la historia de la literatura se le viene encima. No hay un modelo detrás de ella que permita escribir deliberadamente que a Chloe le gusta Olivia. No hay espacio ni cabida. Es por eso que Woolf solo lo puede leer entre líneas, lo sospecha por discretas insinuaciones que hace Mary Carmichel, tímida al desenvolverse en un terreno predominantemente masculino.

Y es ahí quizás donde radica todo lo que Virginia Woolf les quería decir a las alumnas del Girton College. Donde se esconde la naturaleza del cuarto propio. Un lugar - tanto terrenal como metafísico - que no esté contaminado con el peso de una tradición anterior, sin las reglas e idiosincrasias que detienen el rumbo que la mente se aventura a tomar. Un lugar como una hoja en blanco, donde una autora pueda empezar desde cero y sorprenderse a sí misma. Un lugar en el que Mary Carmichel pueda decir abiertamente que a Chloe le gusta Olivia.

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