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Natalia Ginzburg: Lo cotidiano como centro

Natalia Ginzburg: Lo cotidiano como centro

Por: Natalia Vélez

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Suena algo pretencioso decir que Natalia Ginzburg se cruzó en mi camino en el momento justo, pero fue así y no tengo otra manera de ponerlo en palabras. Más pretencioso aún resulta apropiarme del momento, y llamarlo “mío” cuando en realidad a lo que me refiero es a un momento colectivo, en el que todos seguimos inmersos en mayor o menor medida desde hace unos años, cuando el mundo que conocíamos tomó un giro inesperado y nos convertimos en silenciosos espectadores de una serie de sucesos impredecibles.

Ginzburg es todo lo contrario a un gran escritor, o a la imagen que se tiene de uno sin que esto signifique que no sea un prodigio absoluto. De hecho, su voz es tan poderosa que nos invita sutilmente a cuestionarnos sobre temas de fondo que van mucho más allá de las palabras que nos ofrece con una simpleza visceral. 

Las tareas de casa y otros ensayos es una compilación de piezas cortas que Natalia produjo a lo largo de su vida, en la que convergen los temas principales de su escritura que son los mismos de su día a día: las películas, los libros, el teatro, la juventud y la vejez, a lectura y la escritura, pero, sobre todo, los pormenores de la vida familiar. El instrumento principal de Ginzburg es elemental, quizás tan elemental que nos engaña en el mejor sentido de la palabra porque produce arte sin pretensiones, sin artilugios y a partir de una cándida invitación a rescatar las infinitas posibilidades que existen de convertir lo doméstico en belleza monumental. 

La voz de Ginzburg – o si se quiere, la voz de Natalia– es el equivalente a conversar con un amigo cercano sobre temas comunes: arte, literatura, películas, seres queridos. Ginzburg se presenta con una familiaridad que envuelve rápidamente, pero que no debe confundirse con ligereza de ningún tipo. De fondo se mantiene latente la pregunta sobre la escritura puramente femenina, reconociendo a su vez el mundo de los hombres y la manera en la que es un mundo el que hace posible la existencia del otro, idea común en los textos de la autora.

El lector debe aproximarse a Las tareas de casa con los ojos bien abiertos. La aparente cercanía de Ginzburg y su conmovedora vulnerabilidad están permeadas por apuestas intelectuales de gran peso, sobre todo en los espacios de la política y de lo femenino en el mundo del arte. Todo esto no es más que un reflejo de la vida misma a través de los ojos de la autora, una mujer fascinante que nos ofrece su bitácora de viaje con irresistible sinceridad.

En estos tiempos inciertos y de desafortunada división, Las tareas de casa nos invita a validar nuestras propias vulnerabilidades, recordándonos el valor de reconocer nuestro centro, nuestra identidad y nuestras circunstancias como materia prima. Este afán de rescatar elementos corrientes es una brisa fresca pero cargada de peso intelectual, un llamado a encontrar espacios comunes en un mundo lleno de invitaciones a al distanciamiento y la bifurcación. En este sentido, Las tareas de casa es mucho más que un texto bello y delicadamente presentado: se trata de una lectura imperativa para enfrentarnos a las actuales circunstancias desde nuestros propios micro cosmos.

¿Cómo escribe un gran autor? Con Las tareas de casa, Ginzburg se deshace de la idea del escritor-Dios y lo trae de vuelta a la tierra, a caminar entre nosotros en un universo íntimo y revelador que todos podemos reconocer como nuestro.

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