Deborah Levy y la construcción de un escritor

Deborah Levy y la construcción de un escritor

Cosas que no quiero saber de Deborah Levy es, en estricto rigor, la respuesta de la autora británica al ensayo de George Orwell “Por qué escribo”, y nace como parte de una iniciativa de la editorial Notting Hill Editions para rescatar y mantener vigente el ensayo como forma literaria. La consigna es bastante simple: autores contemporáneos deben responder desde la actualidad a ensayos que marcaron el curso de la literatura universal. Cosas que no quiero saber es entonces, el ejercicio de escritura de Levy.

A manera de guiño, el libro se divide en las mismas secciones que el ensayo original de Orwell, aunque su estructura interna es completamente diferente e incluso diametralmente opuesta: Levy oscila con agilidad entre tres momentos de su vida y tres lugares distintos (el Sudáfrica de su infancia, la Inglaterra de su juventud y la Mallorca de su adultez) para reconstruir la serie de eventos que resultaron en el nacimiento de su propio personaje; una escritora para quien la necesidad de escribir nace de manera orgánica y visceral como única respuesta posible al sentimiento de otredad que la ha acompañado a lo largo de su vida, y que ha tenido tantas formas como ella misma.

Desde el principio, Levy aborda el nacimiento de su yo escritor desde una necesidad que tiene mucho que ver con la expresión y la perspectiva de género. Para la autora, el hecho de escribir guarda íntima relación con el lugar que ocupan las mujeres en la sociedad y todas las limitaciones que dicho lugar tiene. Esta realización llega muy temprano en su vida, mientras en calidad de observadora se vuelve ella misma partícipe del papel que juegan su madre y su cuidadora María -cuyo verdadero nombre africano ni siquiera se le permite usar en el día a día-, dos mujeres invisibles a su manera, y que viven en jaulas de distinto tamaño. 

A este respecto, cabe resaltar también que la maternidad es la piedra angular de varias de las reflexiones de Levy en torno a lo femenino y a los roles preestablecidos que se imponen a las mujeres. Levy aborda este tema con honestidad brutal y apela a lo impotente y perdida que ella misma se siente al descubrirse ocupando lugares y espacios que han sido concebidos en su mayoría por figuras masculinas para las mujeres. Dicha reflexión es un auténtico manifiesto de un feminismo puro, vigente, y contemporáneo en acción.

Desde la desazón que le genera hacer parte de una sociedad que jamás ha comprendido, se vuelve imperativo para Levy construir un espacio propio para ocupar en el mundo, y ese espacio es la escritura. Aparecen entonces los primeros juegos de palabras en InGLAterra (o INGLAterra, quizás INglaterra), que, si bien son aún bastante inocentes, ponen en evidencia que la joven Levy se prepara para hacer pleno uso de su voz y que, al menos en su universo, la palabra tendrá el filo de mil navajas.

Y sí que lo tiene. Levy lleva a cuestas el equipaje de toda una vida, y lo expone con sutileza y destreza en este primer tomo de su denominada “autobiografía en construcción”. Cabe preguntarse si esta autobiografía terminará en algún momento de construirse, o si es que una persona llega realmente a construirse del todo alguna vez. Esto pensando en que la mujer desesperanzada que escribe desde Mallorca es la misma niña que esperaba aterrorizada la liberación de su padre de una prisión sudafricana, y estas dos son simultáneamente la adolescente rebelde que pasaba su tiempo en los bares de un Londres lluvioso y triste buscando inspirarse para escribir sus primeros textos.

Cosas que no quiero saber es apenas el primer volumen de la autobiografía de Levy. Sin duda alguna, los dos volúmenes restantes nos ofrecerán aún más ventanas hacia la compleja visión de esta escritora tan refrescantemente subversiva que, en menos de doscientas páginas, le abre las puertas a una impresionante cantidad de reflexiones y preguntas fundamentales para cualquier lector.

Leer a Levy es como encender la luz, y todos deberíamos darnos ese regalo alguna vez.

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